Erase una vez un humilde matrimonio que vivía en una finca próxima a un bosque. El matrimonio se ganaba la vida con la leña que el marido vendía en el pueblo y con la poca leche que le daba su única vaca.
Nada tenían más allá de lo puesto y alguna que otra herramienta. Pero eran felices y vivían en paz y armonía con la naturaleza.
Su mayor patrimonio era la bondad. Eran dos buenas personas.
Su mayor tesoro el amor. Se amaban desde el primer día que se conocieron.
La lechera se levantaba con el alba para recoger la leche que ofrecía su vaca.
La vida era dura en aquel entorno rural, pero la paz que ofrecía el
medio natural no lo cambiaban por nada.
El marido cortaba a diario toda la leña que podía para venderla en el pueblo.
Su mujer ordeñaba a su vaca y de la misma leche alimentaba
a los terneritos, que gustaban de beber del cubo.
Ordeñar, alimentar los poquitos animales que tenían, cuidar de
las estancias... Era agotador. Y así un día y otro.
Agotador sí, pero grato también. Su compensación era
la felicidad.
El buen marido era fuerte y trabajador.
Proveía a la casa de los bienes de primera necesidad
que garantizaban la supervivencia del matrimonio.
Bien con el poco dinero obtenido con la venta de la leña,
bien con el trueque de la misma.
Pobres, sin duda,pero nunca faltó una hogaza de pan
a la hora del almuerzo o un trozo de queso en la cena.
Qué bien se lo ganaban los dos con el sudor de su frente.
Tenían un gatito "Cazador". Se ocupaba de mantener
a ratas y ratones bien lejos del grano.
El salario de "Cazador" era dos tomas
diaria de cremosa leche de vaca
recién ordeñada.
Hacha en mano y atajo de leña al hombro,
cada día recorría los tres kilómetros que
separaba su humilde morada del
pueblo y allí comercializaba con
su pobre mercancía
Cierto día de diciembre, próxima la Navidad, se acercó
a la morada del matrimonio una dama de postín.
Era la dueña de todo aquello, del bosque, del predio y
de los animales. Menos de "Cazador". Afortunadamente
"Cazador" no era suyo.
La dama miraba todo su entorno con gesto de asco.
"No sé cómo pueden vivir en medio de esta inmundicia", pensaba la señora.
Ella acostumbrada al lujo, a su confortable palacete, a los mejores perfumes,
no soportaba el ambiente. Pero había algo que por encima de todo no entendía:
"Cómo pueden ser tan felices."
Eso no lo entendía, ni lo entendería nunca.
La lechera le ofreció lo poco que tenía, pero la dama de postín
todo lo rechazó. Le daba asco.
Ella sólo quería entregar una carta al leñador.
-"Estimado" leñador quiero que te vayas el día de Navidad tú, tu señora
y ese gato negro tienen que estar fuera de mi propiedad. Anulo en contrato de
arrendamiento. Una empresa maderera me ofrece una buena suma
por la explotación industrial del bosque y ustedes me estorban
para el cierre del contrato. Así que ya sabes, el día de navidad fuera.
Ah, otra cosa. Ni se te ocurra llevarte algo que me pertenezca.
El día 25 vendré personalmente a verificar vuestra salida.
¡Ay de ti si no te has ido!
Todas estas amenazas e imprecaciones soltó la dama sin pizca alguna de
humanidad. El sagrado día de Navidad pensaba celebrarlo desahuciando
a la familia más buena que conoció la historia de aquella
comarca.
El leñador miró a su amada esposa y esta devolvió la mirada a su
marido. con gran esfuerzo dibujó una tenue sonrisa en su rostro.
- Parece que nos mudamos, ¿verdad?
El leñador sonrió forzado a su vez y contestó:
- Eso parece querida. Pero de aquí al 25 faltan algunos días
y tenemos bastante trabajo. No somos gente de perder el
tiempo en lamentaciones.
Sin embargo en su fuero interno el leñador se repetía una y otra vez
¿Qué vamos hacer? ¿Dónde vamos a ir?
El leñador pensó en mandar la carta que le entregó la dama de postín
a Santa Claus. Se dirigió al buzón de correos del pueblo.
Sin añadir nada al escrito que le fue entregado. sin pedir nada a Santa.
Se limitó a meter la carta en un sobre que ponía
Sr. Santa Claus. Polo Norte s/nº
Cuando la lechera y el leñador se retiraron a su morada,
un ángel se acercó al buzón de correos y extrajo la carta del
matrimonio.
En la noche del Polo Norte, Santa andaba muy ocupado
leyendo las cartas de todos los niños del mundo.
Consultaba todo con Rudolph, su reno volador.
Súbitamente, apareció un querubín en medio de aquella noche polar.
- Santa esta no es la carta de un niño. Es la que han
recibido dos adultos buenos como el niño más bueno.
Por favor, considérala.
Santa leyó atentamente el ultimatum que la dama de
postín había entregado al leñador y la lechera.
- Vaya o he olvidado repartir algo de humanidad últimamente o
la repartida no ha dado fruto. Esto lo arregla "El Espíritu de la Navidad".
Llegó la Nochebuena y Santa salió con su fiel Rudolph
a su realizar su mágico reparto.
Desde su trineo volador repartió a todos los niños
sus regalos con la estricta puntualidad de todos los años.
Hasta el último momento estuvieron trabajando la lechera y el
leñador.
De pronto ella dijo
- Marido, se acabó. Es la hora debemos partir.
Él no contesto, sólo asintió con la cabeza y comenzó a recoger.
Estaban recogiendo sus escasa pertenencias cuando sucedió algo extraordinario,
increíble. Un conejo antropomorfo apareció de la nada y dijo
- Traigo un mensaje de Santa Claus. Está en esta carta. Ah y debéis
mirar en el establo.
La carta decía:
Queridos lechera y leñador:
Hay muchos humanos buenos, también los hay malos. Hay menos muy buenos.
Pero hay muy pocos excelentes. Ustedes, queridos amigos, pertenecen a esta
última categoría a los excelentes.
Con éstos, los excelentes, siempre he tenido consideración
especial desde hace siglos. Sólo a ellos puedo regalar
presentes como el que hoy os dejo, porque sólo ellos
hacen buen uso de él.
Todo lo que contiene ese cofre es vuestro.
Pero recordad usadlo exclusivamente
para hacer el bien.
Firmado: Santa Claus".
La emoción que aquel sencillo y trabajador matrimonió
sintió al abrir el cofre fue indescriptible.
Bandejas, cetros, cuberterías, todo de oro purísimo.
Cuando la dama de postín fue ese día de Navidad
a verificar la salida del matrimonio.
La lechera le ofreció en pago un cetro de oro valorado
en cinco veces aquellas tierras incluido el bosque.
La dama, cuya ambición era tan grande como su maldad, aceptó en el
apto la oferta y entrego las escrituras de propiedad al
matrimonio. Bien sabía ello que los madereros nunca se acercarían
ni de lejos a aquella oferta.
El matrimonio con aquel negocio no
sólo salvaron su modo de vida, también
salvaron el bosque que estaba condenado
a desaparecer en cuanto lo explotaran industrialmente.
El matrimonio nunca olvidó las palabras de Santa y procuraron hacer todo el bien posible con aquellas riquezas que no consideraban suyas sino un presente del "Espíritu de la Navidad" para ayudar a aquellas personas buenas que pasaran por los mismos apuros que pasaron ellos.
Ellos, fuera de salvar su predio y su bosque, no hicieron mayor uso de ellas, pues bien sabían que su patrimonio era más valioso que el oro. Siguieron con su forma de vida, siguieron amándose, siguieron siendo felices.
Y colorín colorado, este cuento ha acabado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario